domingo, 27 de junio de 2010

Equus.

Dice que al acabar siempre se abrazan. El animal hunde su frente sudorosa en su mejilla
y permanecen en la oscuridad una hora, como una pareja de novios.
Y entre todo este sinsentido, pienso en el caballo, no en el chico.
El caballo y lo que intenta hacer.
Veo su cabeza besándole con el bocado en la boca, pasándole por el metal un deseo sin relación a saciar el hambre o a propagar su propia especie.
¿Qué deseo podría ser?
¿Dejar de ser un caballo?
¿No estar sujeto eternamente a esas cadenas genéticas?
¿Es posible que, en ciertos momentos, un caballo pueda sumar todo su dolor, los tirones y sacudidas que forman su vida diaria, y convertirlos en profunda pena?
¿De qué le vale la pena a un caballo?

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